Por Juan Angel Caballero
Siempre me llamó la atención un retrato de estudio cuando contaba sólo cuatro o cinco años de edad. “Y mi madre, con síntomas iniciáticos de alzhéimer y leve sonrisa en su rostro, paseaba sus dedos por el paño negro charro, calzones, faja, chaleco, sombrero y vara en mano que me habían enfundado; se paraba en mi indiferencia a cámara, y proseguía sobre las catedrales vieja y nueva que asomaban detrás de mi figura. Sonreí genuinamente cuando advertí que acababa de reconocer la ciudad que le vio crecer. A mi derecha, mi padre soltó una carcajada y rememoró mi puesta en escena de aquel día en el que el fotógrafo sufrió de lo lindo con los varazos que repartí a diestro y siniestro, incluidos él y el ciclorama. Y el coloreado sobre el cartón fotográfico eclipsó la luz exterior, cerró las cortinas y bañó de sepia el salón comedor”.
Seguramente estos tres niveles de sonrisa no escapan a la nueva cámara compacta. En menos de una décima de segundo su software mide varias decenas de parámetros de una cara detectados por las flexiones de los músculos de los ojos, labios y boca. Así, nuestra compacta evidenciaría la huella que supone ese instante emotivo que conlleva la sensación de bienestar que nuestro cerebro provoca al mirar a quienes sonríen. Justamente sonreír es el mejor detonador que poseemos para transmitir nuestro deseo de comunicarnos mostrando nuestra mejor cara, más joven, más sana, más sexy, más valiosa, más inteligente.
Pero en la escena que hemos descrito el único que quedó sin sonrisa fue él, el niño que prefirió no perpetuarse, y me imagino las mil y una que intentó el fotógrafo por conseguirlo. “Sonría usted por favor”, “Mire al pajarito”, “diga treinta y tres”, “pa-ta-ta”, o hasta probaría con los “Lluissss”, “Chisss” o “Güissky”, pero ni esas. El niño no estaba para hostias ni primeros planos, sólo se mostraba interesado en emular al más noble caballero en el vareo de los salamanquinos. Puesto a imaginar, hubiera faltado recurrir a un equino velazqueño y en el intento de su doma sonsacar la sonrisa extraviada…
Sabemos que existen muchos otros ardides disuasorios para conseguir dibujar una sonrisa en el retratado. Lo demuestran muchas de las obras de arte que inciden en provocar e incluir la sonrisa en su temática y, aunque aparece de forma sutil y leve con la Gioconda, no fue hasta bien entrado el siglo XX con el contagio de la modernidad cuando se manifiesta de forma rotunda.
Hoy en día se han identificado distintos tipos de sonrisas. Las hay lentas y rápidas, sinceras y falsas, dominantes y seductoras, tímidas e histriónicas, irónicas y sardónicas, de Colgate y de Hiena, de bebé y de mono, o de pico y de cola propios de patos y perros. Además, dicho gesto lo acompañamos con inclinación de la cabeza, elevación de cejas, parpados, nariz, orejas o mentón.
Los psicólogos aseguran que las mujeres se ríen más que los hombres, y que éstos suelen malinterpretar la sonrisa de ellas. De hecho, invertimos mucho tiempo y dinero en garantizar una sonrisa atractiva, y no reparamos en acudir al cepillo de dientes, el lápiz de labios, al Clearasil, a la crema hidratante, o a la misma remodelación facial. Y es que mejorar nuestro aspecto físico es una garantía de éxito social.
Existen datos objetivos para medir la calidad de la sonrisa. Lo certifica el hecho que los médicos faciales han encontrado números y proporciones para asegurar el equilibrio y la armonía que acompañan a la belleza:
– valoran como positiva una sonrisa producto de una simetría radial que parta del centro hacia los lados derecho e izquierdo,
-donde las comisuras de la boca, las líneas de la sonrisa y las mejillas tiendan a la simetría;
– dividen la cara en tercios, definiendo como triángulo de la belleza a la relación armoniosa generada por la nariz, el pómulo y la barbilla;
– dan mayor importancia al equilibrio del tercio inferior del rostro con sus partes que la relación con el medio o superior;
-definen que la exposición de la encía vestibular debe medir al menos los 3 mm, donde el labio superior debe alcanzar el margen de la encía de los incisivos superiores y apenas vislumbrar los caninos y premolares,
– donde la medida de los incisivos y caninos está entre 9,5mm y 11,5mm,
– o la longitud del labio superior está entre 6mm y 9mm, y el inferior entre 8mm y 12mm.
Evidentemente encontrar un rostro con estas cualidades es una quimera, pero es una herramienta muy valiosa para conocer qué partes debemos potenciar y ocultar. Es muy común por ejemplo que, la excesiva inclinación de los incisivos superiores eleve el labio superior, la mandíbula prominente proyecte el labio inferior, la gran longitud del maxilar exponga hasta las encías, o que el aumento del espesor labial revele una menor exposición dentaria. De esta guisa, nos obliga a ladear la luz, agrandarla o empequeñecerla, ajustar su contraste, corregir el maquillaje, elegir el ángulo de cámara, variar su longitud focal, decidir una nueva postura, reincidir en nuevos gestos, o acompañarle de elementos decorativos.
Fotos de: Nodroc74, Juan Rodrigo, Valiente, JoAg, Pelayo, Filiberto Capote Martin