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Continuando con nuestra serie de entrevistas a fotógrafos, conocidos y no tanto, hoy queremos presentaros a Antonio Aragón Renuncio, fotógrafo nacido en Santander en 1971. Tras recibir su educación en el colegio Calasanz de Santander, y posteriormente en el CESTE de los Padres Jesuitas, (siendo Licenciado por esta universidad y por la EOT de Madrid) prosiguió sus estudios en la Escuela Langue de París, siendo allí donde descubrió su pasión por la fotografía, que fue aprendiendo de forma autodidacta. A principios de los 90 funda y dirige la asociación de fotógrafos Nostromo de Santander.

Profesor de fotografía desde hace más de 10 años en la universidad Centroamericana de Managua (Nicaragua). Editor y Coordinador General de la revista Xplorer en dicho país. Director asociado de Graphos Producciones, además de trabajar como free-lance para varias agencias de Centroamérica.

Desde 2003 es presidente de la O.N.G.D. Oasis con la que desarrollan proyectos médicos en algunas de las zonas más deprimidas del Golfo de Guinea en África.

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Ha expuesto individual y colectivamente en numerosas salas y museos, entre otras en el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid, Museo de Bellas Artes de Santander, Fundación BBK de Bilbao, ARCO. Asimismo, ha recibido numerosos premios, a destacar el Nacional para Jóvenes Autores en el 97, Nacional de Fotografía de Cantabria 98 y 99 y el Nacional de Fotografía de Vizcaya en el año 2000.

Viajero infatigable, en los últimos años ha ejercido de fotoreportero free-lance en lugares tan diversos como Nicaragua, Tailandia, Honduras, Marruecos, Turquía, Ghana, Burkina Faso, Birmania, Togo, Argelia… Su residencia actual sigue siendo Nicaragua.

Acaba de volver de nuevo de África, y podéis disfrutar de su trabajo fotográfico, que incluye algunas imágenes duras, en la nueva galería que hemos preparado, así como la entrevista que le ha hecho la redacción de Caborian.

¿Porqué y cómo Nicaragua? ¿Te ves regresando a España a corto plazo?

Después de dar vueltas por el mundo buscando historias que contar, llegué a Nicaragua. Fue una de esas maravillosas casualidades del destino que a veces conspira de forma positiva. Yo iba por 20 días a realizar un reportaje sobre los niños de un orfanato de Managua con la idea habitual de llegar, fotografiar, volver y contar la historia.
Error. Después de vivir las veinticuatro horas del día con aquellos renacuajos que sabían latín, griego y chino mandarín, algo hizo click allá adentro, en alguna parte. Así que me quedé con ellos seis inolvidables años viviendo.

Vivir, disfrutar y sentir en primera persona una pequeña historia de la Historia es mucho más excitante que un millón de grandes historias vistas en la tele, que por cierto, no tengo…

Desde entonces ya han pasado once años, así que de momento no me veo regresando a la “tranquilidad” de España. No se por cuánto tiempo más en Nicaragua, lo que sí tengo claro es que Europa puede esperar.

¿Qué consideras más importante, la fotografía o la denuncia social?

La fotografía es mi gran pasión, así que siempre la fotografía esta por delante de cualquier cosa. La denuncia social mi vocación, por lo que el fotoperiodismo es una consecuencia lógica, al menos en mi caso, de la pasión por los viajes y las ganas de ver y contar historias que el resto de la gente habitualmente no ha visto ni vivido.
Es curioso recordar que cuando comenzaba en esto de la fotografía, la gente me preguntaba qué era lo que más me gustaba. Yo les respondía todo menos el fotoperiodismo. Al final es lo que realmente me enganchó, me apasiona y a lo que me dedico. Cuando uno es joven, a veces es demasiado pendejo…jajaja. Me costaría mucho (además de no apetecerme nada de nada) dejar de vivir como vivo, pensar como pienso, viajar donde viajo y fotografiar lo que fotografío, aunque el fin de mes muchas veces llegue el día 3, el muy cabrón…

¿cómo compaginas el trabajo «oficial» en una universidad con la denuncia social?

Perfectamente, aunque haya veces que deje colgados a los alumnos a medio curso (tengo un muy buen sustituto para esos casos, además del beneplácito del decano) y me largue (a África fundamentalmente) a pasear las Nikon. Me encanta la docencia y relacionarme (y aprender) con gente joven que empieza en el medio. Además me rehúso a la posibilidad de no poder enseñarles a pensar de una forma más crítica y a mostrarles lo apasionante (y apasionado) que puede ser el mundo a través de la cámara oscura. A la postre, mis clases en la universidad son lo mismo, en esencia, que mis trabajos en el mundo del reportaje, por lo menos así me gusta pensar, sólo cambia el medio.

¿A qué fotógrafos has seguido su trabajo?

Cada día que tengo un rato para navegar por Internet descubro el trabajo de alguien desconocido que está haciendo un trabajo increíble, esta es una de las ventajas de la tecnología, aunque me acuerdo más de los trabajos que de los nombres… Recuerdo como si fuera hoy la primera exposición de Robert Capa a la que fui. Simplemente impresionante, el rey. Después de esa he visto mil en mil lugares. Me encanta ir a exposiciones y comprar libros de foto (mi casa en España está llena de ellos con los que mi madre ya no sabe qué hacer). Bebí de los clásicos y me seguirán gustando siempre. Demasiados nombres y demasiadas fotos para enumerar. Por citar a algunos: Cartier Bresson, Eugene Smith, Koudelka… De los más contemporáneos: Salgado, Suhimoto, Antoine D´agata, Paolo Pellegrin, Tomás Munita y por supuesto James Natchwey. Aunque podría citar mil que me gustan por una u otra razón.

Pero para mí, Natchwey y Capa son de otra galaxia. La quintaesencia del fotoperiodismo. Si alguien me preguntará qué quiero ser de mayor, diría que la mitad de buen fotógrafo que ellos. Capa por ser el padre, por cambiar los conceptos, por acercarse a la acción (ya conocéis su frase: si la foto no es lo suficientemente buena es que no estás lo suficientemente cerca) como nadie había hecho antes. Natchwey, por su ojo, su exquisita composición y por su ilimitada capacidad de trabajo.

¿Cómo valoras la reciente concesión del Premio Nacional de Fotografía a Gervasio? ¿Crees que es bueno para los que sois fotoreporteros?

Por fin!!! Perfecto de lo más perfecto. Ya era hora de que los grandes popes en la toma de decisiones sobre la fotografía valoraran el trabajo de alguno de los “nuestros”. Aunque después del discurso que se lanzó en la ceremonia de premios, no se si les quedará ganas de volver a premiar a algún otro foto-reportero. En este mundo absurdo de hedonismo público y miedo privado, de ipods, facebook, programas del corazón, famosas de pacotilla, política encubierta, economía sumergida, reality shows y variopinta basurilla, todavía hoy, hay gente a la que le jode que le pongan los puntos sobre las íes. Hay mucha más mierda embotellada (que le pregunten si no al pobre tercer mundo) de la digerible por ciertas conciencias y más hijos de la gran puta con patas de los censados. Así que de cuando en cuando no está mal que alguien adjetive como se debe y haga que se les atragante el turrón con sus historias (y sus fotos) en alguna publicación valiente. Por ello, veo perfecto (mi enhorabuena desde aquí a Gervasio) y muy importante que se valore el trabajo de los buscadores de historias, aunque les siga costando mucho venderlas, publicarlas y llegar a fin de mes con algo en el frigorífico y todos los huesos en su sitio.

¿Te sirven tus fotos «dulces» de niños jugando, pescadores, etc… como bálsamo para soportar las durísimas imágenes de hambruna, ceguera, mutilaciones, etc…?

Para mí todas mis fotos son (no hay que renegar de lo que uno hace, aunque a veces no esté conforme con el resultado) dulces. Unas por la dulzura de sus protagonistas o sus acciones en medio del caos, otras por la “dulce” brutalidad que intento siempre emanen. Todavía tengo esperanza y creo que las injusticias tienen arreglo. Todas ellas me siguen pareciendo duras, aunque esto, imagino que más por recordar cada una de ellas y la situación que las rodeaba. La alegre dulzura de la triste dureza de nuestro oficio.

Aunque sigo llevando muy mal (debería haberme acostumbrado ya, eso dicen… pero se me sigue atascando la saliva en la garganta) ciertas de las “duras” como ver morir a un niño, entre otras muchas cosas más de las que no quiero acordarme. Eso me sigue doliendo (aunque no lo parezca) y mucho más jodiendo (eso se me nota “ligeramente” más). Siempre tendré presente la primera (esa nunca se olvida, es como el primer amor) y la última que se me sigue apareciendo en sueños. Y de ésta hace sólo unos días. Tammatilengue era su nombre. Años indefinidos -aunque seguro que no llegaba a los diez- por lo bestialmente demacrado del cuerpecito. Abandonada y enferma. Hambre en estado avanzado y terminal. África en su apariencia más pura, jodida y brutal. Sigo viendo su imagen en el retrovisor, envuelta en aquella sabanita en la parte de atrás del todoterreno, después de haberse apagado definitivamente en nuestros brazos, mientras la llevábamos a enterrar a un poblado en medio de la nada aquel anochecer.
En fin, ya ves que sí hay cosas (fotos) que marcan y hacen que las sigas yendo a buscar.

¿Ha habido algo que no hayas fotografiado por prejuicios éticos, o consideras que todo debe ser fotografiable?

La respuesta a esta pregunta daría para un tratado. Así que responderé de una manera breve: si y no, como en la vida todo depende. El otro día en la universidad hablamos de este tema y los chavales opinaban y opinaban sin cesar. Mi resumen: somos fotógrafos, testigos privilegiados de lo que acontece. Bajo esta premisa debemos hacer la foto. Yo les dije que si querían salvar el mundo se habían equivocado de profesión, debían estudiar medicina o para santo o santa. En cuanto al “hasta dónde?”, esa es una decisión muy personal de cada quién y justamente eso es lo que les intento enseñar a mis alumnos (el manejo de una cámara se aprende leyendo el manual) en cada clase. A ser decididos, a no callar, a buscar y ser críticos (con el mundo y con ellos), a ser la voz de los sin voz (esto suena a frase barata pero es verdad) y a tomar sus decisiones bien meditadas, sean las que sean. Muchas veces una foto ha sido criticada (mucho más su fotógrafo) pero ha sido el detonante para intentar paliar una situación límite. Si no que se lo pregunten al pobre Kevin Carter y a su foto de la niña y el buitre, o recordemos Vietnam, Bosnia y mil asuntos más. Lo que pasa es que la estupidez humana no tiene límites (así como su capacidad para hacer el mal) y la mesura no es nuestro fuerte. Si perdiéramos más el tiempo en no joder al prójimo y en intentar hacer de este mundo un lugar mejor, otro gallo nos cantara…

En mi caso particular, sí hay fotos que nunca hice, aunque más por un motivo de compromiso personal o ético con la situación concreta o el sujeto frente al objetivo que por prejuicios (que esta profesión te enseña a definirlos de otra forma) morales. No obstante, como dije antes, creo que la foto hay que hacerla -si tienes valor para ello- otra cosa es que la enseñes o alardees de ella. Al fin de cuentas, el cuaderno de bitácora particular esta lleno de cosas (fotos) buenas y malas. Y yo de las malas he aprendido infinitamente más.

¿Conoces el video ‘One thousandth of a second’? ¿te parece que una situación similar puede darse en un conflicto real?

Si te refieres al video de la fotógrafa de guerra que fotografía a la niña que están a punto de matar en un conflicto y la dan el premio a la fotógrafa del año por esa imagen, la respuesta es sí. Y no sólo aplicable a las fotos de guerra sino también al trabajo diario de muchos reporteros. Yo creo que todos tenemos alguna escena similar que a veces se aparece en sueños a nuestras espaldas. Por lo mismo que antes te comenté, bien porque no hay derecho, porque pareciera que dios no existe (allá donde quiera que esté, si es que está) o simplemente porque alguien murió delante de tu objetivo sin que nada pudieras hacer para remediarlo excepto hacer la foto e intentar colocar la historia en algún medio para que esa muerte sirviera de algo.

Hay una de muchas frases que siempre tengo muy presente y creo viene a colación en esta historia: “cuando no se cree en la realidad no es que no se crea en nada, sino que se cree en cualquier cosa”. Lo dicho, la realidad siempre supera con creces a la ficción de las películas, de Hollywood por supuesto.

¿Cuáles han sido tus mejores y peores momentos o recuerdos desde que eres fotógrafo? ¿Se ven éstos reflejados en alguna fotografía concreta?

Ummm… mis mejores momentos, infinitos. Cada vez que me llevo la cámara al ojo (incluso a veces sin cámara) ante una buena situación fotografiable. Cada vez que edito una imagen que merece la pena y me trae recuerdos (buenos y malos) de alguna historia. Cada vez que notas que alguien se ha interesado de verdad por alguna de tus fotos y has conseguido quitarle cinco segundos de su día para pensar en lo en ella retratado…. y esta enumeración seguiría por horas.

Los peores…puede que cuando estas enfermo por ahí perdido, cuando te pegan un balazo por estar en medio de todo haciendo fotos o simplemente cuando estas con tu cámara frente un acontecimiento atroz que no debería tener lógica y mucho menos sentido (léase: muerte, enfermedad, sufrimiento, etc, etc, etc…) de estar ocurriendo. Aunque como dije antes, de los malos he aprendido más.

Pero sí he de reconocer que hay fotografías que siempre me acompañaran. Unas las hice y siempre estarán entre mis favoritas. Otras simplemente no me atreví a hacerlas (por diversas razones) aunque sus protagonistas y las historias en las que estaban inmersos nunca se me olvidarán.

¿Qué importancia le das al equipo fotográfico? ¿Te has sentido limitado alguna vez por este factor? ¿Qué te gusta llevar en la mochila cuando vas unos días a una aldea a hacer un reportaje?

La justa como fotógrafo y demasiada como buen amante de los artilugios. Siempre he creído que el equipo es un mal necesario (me encantaría que existiese una cámara minúscula de un millón de megapixeles con un objetivo integrado de calidad brutal 10-1000 mm f:1.4, que hiciera fotos increíbles en condiciones de luz mínimas y que no se viera el píxel por ningún lado…aunque no creo que se me arregle de momento) para nosotros.

Algo que sí tengo claro es que el mejor objetivo da las mejores imágenes y esto teniendo en cuenta lo que conlleva en precio, a veces se convierte en una inversión demasiado fuerte para un reportero pobre. Aunque esta limitación hace agudizar el ingenio. Por ejemplo, a uno de mis viajes a África llevaba dos cuerpos digitales y cuatro o cinco ópticas. A los tres días de comenzar a trabajar, por una u otra circunstancia o accidente, las dos cámaras quedaron “muertas”. Así que el pesado equipo se convirtió simplemente en pesado lastre. Tenía dos opciones: tumbarme al sol a no hacer nada o intentar resolver la situación con una camarita compacta de 100 dólares que metí en el último momento en la mochila. Por casualidades del destino, ese reportaje es el que se ha publicado en más países.

En cuanto a sentirme limitado, uno nunca está conforme con lo que tiene –en la vida y en la foto- sobretodo teniendo en cuenta la caducidad aterradora y la saturación de nuevos modelos a la que nos tienen sometidos los fabricantes, y siempre ve limitado lo que lleva en la bolsa. Hace años (ya parecen recuerdos del pleistoceno…jajaja) cuando “tiraba” en película, la bolsa era bien liviana (excepto por los cientos de rollos, claro) y sabía de la fiabilidad de mis Nikon (siempre he sido fiel a la marca desde un inicio, manías que tiene uno). Como sé que nos gusta saber con qué se dispara, llevaba una F5, una F4 (mi cámara favorita de todos los tiempos) y la indestructible FE que compré de quinta mano en uno de mis viajes (tenía hasta el nombre de un antiguo dueño, hecho con un punzón en el interior de la tapa trasera…imaginaos) y que nunca me dejó tirado. Tres objetivos Nikon de la serie AIS (increíbles): 24 (el 90% de mis imágenes las hacía con él), 50 y 135mm y cientos de rollos de mi querida Kodak Tri-X. Con eso me sobraba.

Hoy la cosa se ha puesto un poco más pesada. Además de un portátil (menos mal que se han inventado los mininotebook), un par de discos duros para guardar las imágenes, cargadores, baterías (antes con un juego de pilas me tiraba tres meses trabajando) y demás artilugios, en mi último viaje llevaba el equipo habitual desde hace años: un par de cuerpos Nikon (D300 y D200), tres objetivos zoom (12-24, 28-70 y 80-200…todos 2.8 a ser posible), un par de flashes (SB800 y SB80DX) con su alimentador y tarjetas suficientes.

Pero como antes he dicho, después de visitar a mis amigos y colegas en España y ponerme los dientes largos con las nuevas maravillas de Nikon, estoy a ver si los Reyes Magos me traen una D700 (en las condiciones de luz superbaja que trabajo habitualmente va de cine) y los nuevos 14-24, 24-70 y 70-200 VR…así que tengo que ponerme a escribir la carta con urgencia…aunque no creo que lleguen hasta estas latitudes…jajaj, o suplicar a algún distribuidor de Nikon que se apiade de mí y me haga un regalito para poder seguir trabajando…

Has publicado por encargo un libro sobre Nicaragua. ¿Tuviste que hacer muchas concesiones en aras de la comercialidad del mismo? ¿Fotos que normalmente no hubieras hecho o publicado?

En la palabra ENCARGO, va implícita la respuesta. El cliente siempre tiene la razón… por lo menos eso cree él. Así que en éste último libro sobre Nicaragua, encargo del Banco de América Central BAC, hubo más limitaciones de las acordadas en un inicio tanto en fotos como en diseño (también diseñé el libro). Mi idea inicial era digamos un poco diferente, más agresiva. Para mí primaba la foto sobre el contenido (siempre bajo las indicaciones del cliente que quería ver fotografiado todos los departamentos del país). Al final el libro lleva fotos que yo no hubiera metido pero que el cliente quería que narraran ciertos aspectos de Nicaragua. Pero eso es normal, ya estoy acostumbrado, pus siempre pasa eso en todos los medios. Cuando trabajaba para agencias internacionales las limitaciones eran otras pero las indicaciones del editor (que no siempre sabía lo que se traía entre manos…a todos los que nos dedicamos a esto, creo, nos ha pasado que arman la historia dejando fuera una de nuestras imágenes favoritas) siempre estaban por encima del criterio de uno. Por eso me encanta “freelancear” y decidir cuándo, dónde y por qué, aunque luego colocar las historias en los medios escritos (que siempre limitan más que nadie bien por políticas editoriales, por espacio o por convenios con agencias) se haga una tarea harto complicada además de conllevar mucho desgaste de tiempo y llamadas de teléfono. Además de venderme muy mal, necesitaría una secretaria a tiempo completo sólo para esa labor…jajaja.
Pero al final estoy contento (dentro de mi inconformidad galopante habitual) con el resultado de ésta última publicación, a pesar de que uno siempre quiere que sus hijos sean más altos, más guapos y con más calidad de impresión. Y hay que tener en cuenta que estos encargos son los que dan la pasta suficiente para irse de viaje por ahí a hacer “tus” fotos. Así que mal necesario.