Wilaya de Marrakech, una ciudad por descubrir por marga coll con fotografías de alejandro macià (alexis).


Sábado, 12 de noviembre. (cumpleaños de Alejandro), salimos con poco retraso hacia Marrakech, una ciudad que hasta el momento no había pasado por nuestras cabezas visitar.

Sobrevolando tierra marroquí, se divisa un paisaje muy desértico, tan desértico como la llegada al aeropuerto, prácticamente vacío incluso de aviones. Es un aeropuerto pequeño, y en un momento se ha juntado una gran cantidad de gente que debe pasar el control de pasaporte, sólo funcionan la mitad de las cabinas de control, lo que no deja de ser más que una pequeña muestra de lo que nos espera de aquí en adelante. Armarse de paciencia y por descontado no enfadarse. Pasamos el control sin problemas, o eso creíamos, ya que andados dos pasos la policía nos indica insistentemente que está prohibido hacer fotos del aeropuerto.

Qué lástima no llevar la cámara de fotos preparada, para inmortalizar la cara de Alejandro cuando ve la furgoneta que nos traslada. No tengo palabras para describirla, pero si para darle la bienvenida a otro mundo, otra cultura y otro país.

El hotel, se encuentra en una gran avenida limpia y amplia, llena de policía, que tiene tomada la ciudad. La avenida nos conduce de la Ciudad nueva hasta la Medina. A la izquierda hay unos jardines, cuidados, y a la derecha una especie de descampados desérticos, donde se van sucediendo porterías de fútbol y un montón de niños y adolescentes jugando a fútbol, así durante 3 km.

Al fondo, majestuoso se alza el impresionante minarete de la mezquita Koutoubia, que recorta insistentemente el horizonte de la Ciudad. A partir de ahora será un punto claro de referencia para nosotros. Llegamos a la antigua muralla de la medina, donde aprendemos que cruzar la calle es toda una aventura y que al traspasarla nos trasladará a un mundo totalmente desconocido, misterioso, que despierta nuestra curiosidad y pone en guardia todos nuestros sentidos.

Pasamos por delante del famoso hotel La Mamounia, se dice que uno de los más lujosos y caros del mundo. Entramos en unos jardines públicos llenos de gente local, llegando así a la mezquita y su famoso minarete. Un poco más adelante nos adentramos en unas callejuelas llenas de pequeños locales donde se ofrecen todo tipo de especias, frutos secos, así como pan, y todo tipo de enseres.

De repente se ensancha y nos encontramos en la Plaza Djemaa el Fna. Ni remotamente nos habíamos hecho a la idea de lo que era, ni siquiera de lo que podía ser. Puestos humeantes de comida, (foto 205) otros de caracoles que huelen a menta (la taza pequeña 5 Dh, la grand 10), así como cabezas de cordero, sus entrañas y los sesos colocados a su lado, es una visión no apta para maniosos.

Otros puestos ofrecen zumo de naranja y también podemos encontrar los coloristas carritos de frutos secos, encantadores de serpientes salidos de un cuento de las mil y una noches, músicos. Y, sobre todo gente, muchísima gente.

Un enjambre de gente local y gente viajera, donde se mezclan culturas y mundos, unidos por todo lo que nos ofrece este lugar. Gente que vende, que compra, que pasea, que cena o gente que simplemente habla. Me llama la atención lo sociable que es el nativo. Hablan y se comunican entre ellos sin parar, dando la sensación de que están discutiendo todo el tiempo, y si pones atención en ello, te das cuenta de que lo que sucede es que hablan rápido y, curiosamente, no dejan de hacerlo ni un solo momento, ni siquiera cuando van en moto o en bicicleta, y eso que parece que deben poner los cinco sentidos en sobrevivir al caos circulatorio. Una vez sobrepuestos a la primera impresión de la plaza, decidimos sentarnos a cenar, siguiendo los valiosos consejos de la guía que utilizamos para visitar la ciudad, Nos invitan a sentarnos en el puesto número quince y comemos: unas aceitunas, que están de muerte, berenjenas y brochetas de pollo y cordero, todo ello regado con una refrescante cola, mientras disfrutamos desde dentro del MAYOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO.

Domingo, 13 de noviembre. Adentrados en el zoco, nos estrenamos en el difícil arte del regateo, que yo creo que hacemos bastante mal, el chico, estudiante de filología española, o eso dice, aunque habla muy bien nuestro idioma, empieza el regateo, haciendo un cuadrante con nuestros nombres (tu casa) y el suyo (nuestra casa) y después de este ritual empieza: – Nuestra casa 80E, ¿tu casa?, a lo que le contestamos, 30E, y así sucesivamente, hasta llegar a un acuerdo de 55E Ya aprenderemos a hacerlo mejor, pero nos llevamos un bonito brazalete de plata, que en teoría está hecho por los bereberes, prefiero pensar que es verdad.

Cenamos en esa plaza, que hizo mella en nuestro corazón. Empezamos degustando una ración de caracoles en uno de los puestos, para después cenar en uno de los chiringuitos mientras disfrutamos de todos y cada uno de los sabores, aromas y ruídos que no dejan que nuestros sentidos se relajen ni un solo momento.