En la captura de la imagen fotográfica las tres dimensiones del mundo real son reducidas a dos y además encerradas en los límites finitos de un espacio plano (espacio de encuadre).
Desde un punto de vista «creativo» puede entenderse como «menor» la libertad de selección de los elementos a reproducir en la fotografía. Quizás puede interpretarse que otras prácticas artísticas –como el dibujo o la pintura– permiten mayor libertad en el «momento de la toma» (entendiéndolo como el momento de selección de elementos que aparecerán en el encuadre) pero esa «limitación» no debería sentirse, a priori, como escollo, sino tomarla como lo que realmente es: una facilidad mecánica –el visor de encuadre– que ayuda a reducir la oferta de elementos (poéticamente podría decirse que infinita) que el mundo real pone ante nuestros ojos.
Podemos acordar que todas las actuaciones de encuadre y composición en las fotografías que tomamos van encaminadas a provocar tensión visual para destacar un elemento sobre los demás, pero, en ocasiones, esa selección de encuadre no es suficiente por sí sola para provocar tensión –y atención– visual en el espectador, en tales casos es conveniente priorizar mediante el uso de los recursos que el lenguaje visual pone a nuestra disposición. Y, por lo tanto, es imprescindible para cualquier fotógrafo el conocimiento de la gramática del lenguaje visual.
Tal y como el lenguaje verbal puede analizarse atendiendo a su estructuración en unidades de distinto valor y significación, el lenguaje visual permite análisis similares estudiando los elementos con los que se articula. En el estudio de la teoría de las artes visuales se acepta generalmente el desarrollo de la Bauhaus (con el precedente de Kandinsky) sobre los elementos básicos constituyentes de la imagen bidimensional: el punto, la línea y el plano.
El punto es la unidad mínima de comunicación visual, el elemento básico del lenguaje visual. No debemos considerar el punto como una representación literal, sino entenderlo como el valor de centro de atención del conjunto de elementos que forman una imagen. De tal forma, las variaciones de forma, tamaño, situación, contraste, tono, color, etc … harán que modifique de manera sustancial su valor en la imagen. La decisión de situación del punto en el espacio de la imagen determinará de manera radical la tensión visual de la fotografía.
Así, si se posiciona en el centro (vertical u horizontal) de la imagen provocará sensación de estabilidad, equilibrio, tranquilidad, … valores positivos que pueden acercarse peligrosamente a otros de distinto signo: indecisión, aburrimiento, simpleza … por lo que la decisión de situar elementos protagonistas en el centro habrá de ser estudiada de manera exhaustiva para garantizar que no provoca ninguna sensación negativa.
Si el punto (no olvidemos: como elemento protagonista) se encuentra muy cerca del límite del espacio de la imagen deberá ser muy evidente la justificación de tal decisión, porque no debemos olvidar la percepción que provocará esa cercanía haciendo que la mirada tienda a salir de los bordes del espacio visual.
Muchas garantías de éxito en la composición se consiguen al situar al protagonista en posiciones marcadas por los tercios verticales u horizontales del espacio fotográfico.
Si se añaden más puntos la fotografía pierde su simplicidad, pudiendo dar escala a la imagen y conformar una línea o una forma de manera implícita. Nuestra percepción tiende a agrupar los elementos que vemos en conjuntos organizados por proximidad, semejanza… Esta organización puede ser muy exigente, y bien creada puede dar tensión al crear un vector, una línea con una dirección marcada.
texto: Mirando. fotografías: (por orden) Gasbox, Aitor, Quicopedro, Rafa Espada, Quicopedro, sRGB
por Félix Sánchez-Tembleque – wiggin