Conclusión y Dedicatoria
El mejor adjetivo para calificar el Canon EF 400mm f/2.8L IS USM es impresionante, ya que todo lo que lo rodea lo es. Impresiona su tamaño, su peso, lo que cansa llevarlo de un lado a otro, lo difícil que puede ser manejarlo, el precio que alcanza en el mercado, su sólida construcción, su tremenda calidad óptica, su veloz autofocus, su torlinga, lo fea y grande que es la caja de cartón en la que lo vende Canon, lo que tarda en llegar cuando se pide… no cabe duda de su carácter estrictamente profesional. Es una lente en la que no se ha sacrificado nada en aras de obtener la máxima calidad y está destinada exclusivamente a los fotoperiodistas y fotógrafos de naturaleza (quizá también a los aficionados más serios). Se hace obligado trabajar con él montado en un soporte, a no ser que seamos francamente fuertes, y presenta toda una serie de complicaciones y barreras a la hora de usarlo o simplemente llevarlo colgado a la espalda de un lado a otro. Cuando uno piensa en la forma correcta de empleo es inevitable imaginarlo montado permanentemente en el trípode (o al menos en un monopie) durante algún partido o dentro de un "hide". Obviando estos inconvenientes la lente ofrece prácticamente lo que ninguna otra: calidad intachable desde el primer momento, nulas aberraciones cromáticas, estabilización de imagen y una capacidad de aislamiento fuera de serie combinada con el bokeh más impresionante. Evidentemente, dado su precio actual y su monstruoso cuerpo sería un escándalo que no fuera así.
En fin, no puedo terminar esta prueba sin dedicar unos versos de mi admirado Edgar Allan Poe a Oreixa, porque supo hacerme ver la luz aquella noche que estaba ciego: